
El nido de la estrella de agua: Salento
El corazón de las rutas de Athenea es Salento, el municipio Padre del Quindío. Por aquí pasan las historias de arrieros, del frío envolvente, de las mulas, bueyes y trochas por donde se trajeron los pilares de la cultura que hoy identifica al Quindío. Rodeado de montañas y pequeñas cuencas de varias fuentes hídricas, se levanta como un anuncio de la sorprendente belleza que se espera en los recorridos. Este testigo de la vieja y nueva economía, de la memoria cultural y la relación con la naturaleza, muy temprano en sus calles tranquilas, a veces abrazadas todavía por la niebla, deja entrever la promesa del sol. Entonces, los habitantes propios del lugar se asoman por las ventanas y salen aun tímidamente a las calles de este lugar testigo vivo de los cambios en el tiempo.
Un abrigo nubado, como jirón de algodón que puede sorprender a cualquier hora, da cuenta de lo íntimo, de lo impenetrable también de su gente. Esa brisa fría que trae la historia, corre la niebla y les saca una sonrisa a los habitantes, les disipa la mirada, entonces el sol brillante corona al hermoso pueblo que se llena de luz. Así aparece el saludo de esquina en esquina, de tienda en tienda y sus pobladores van saliendo poco a poco: se van asomando el abuelo con la carretilla, los bailarines de la plaza, los niños y niñas camino a la escuela, los geranios en los balcones, y se abren las puertas de su calle Real.
Ante tantos visitantes a veces esta vida de lo cotidiano se pierde, se camufla, se disfraza. Athenea cuenta los momentos que no se pueden percibir en esas temporadas atiborradas de curiosos. Se podrá ver, sentir y palpar a los ‘salentinos’ en su vida más real, más propia, interactuando en su entorno.
Athenea recoge esa nostalgia, esa parte más íntima de Salento y desde allí se conecta con los otros territorios y pueblos de montaña que hacen parte de la misma cultura del Eje Cafetero. A partir de aquí se avistan seis rutas, son propuestas por Athenea para vivir una experiencia de lo cotidiano: El camino Q´uinti (Salento); El arco iris del Navarco (Salento); La Flor del Café: Mi pequeña Versalles junto con La hija de los Andes (Filandia); Eveliza: los artesanos del Cacao (Circasia); Kundawe: ancestralidad, cocina y herbolaria (Calarcá); y, Caminos de la cordillera del Quindío (Córdoba, Buenavista y Pijao).
El camino sigue las huellas de los quehaceres y de las formas de vida campesina que se encuentran en la arquitectura o en los objetos patrimonio de alguna familia. Esta es una invitación para ejercitar la percepción y la lectura de lo cotidiano, del hoy basado en los cimientos del ayer. El visitante se encuentra con la tradición y la cotidianidad en relación con la naturaleza. A su vez, como parte de las diferentes manifestaciones de la cultura, aparece la experiencia gastronómica donde el maíz, el frijol, el plátano en diferentes preparaciones acompañadas de panela, ‘forcha’ y café son los compañeros de la travesía.
En Buenavista, la ventana del Quindío, se puede ver cómo se funde la cordillera en el inmenso norte del Valle del Cauca, y cómo serpentea el río Barragán, una sensación de inmensidad que invita al silencio y a la contemplación. En este pueblo, donde se cruzaron en algún tiempo los caminos indígenas o las trochas de los arrieros, parece que se pudieran tomar las montañas con las manos. Hoy es tierra de cafés especiales y de tranquilidad y uno de los mejores lugares para escuchar el sonido de lo cotidiano, gracias a sus amables habitantes.



