
El camino Q´uinti - vereda cocora
Esta ruta se caracteriza por la laboriosidad del camino, la armonía con la naturaleza y la transparencia de las aguas, es la “niña consentida” de Athenea, ligada a su génesis. Su nombre es una alegoría a las aves que se encuentran en el camino y que fueron llamadas así en lengua quechua: los colibríes. Algunos historiadores asocian el nombre del Quindío con este vocablo.
Aquí el viento abraza al agua, se encuentran como testigos del paso del tiempo los cedrales, que permanecen aún ante la llegada de los potreros de ganadería y de los pinos. Los resquicios del bosque nativo expelen su olor, aparecen las montañas coronadas por algunas de las palmas de cera, nuestro árbol nacional.
Ya en el bosque arropado por la niebla, los sonidos del agua escurriendo entre las epífitas y las rocas, y los susurros de las aves se confunden por el viento que se cuela entre las hojas de los árboles. Después de un gran esfuerzo se avista el valle del Cocora donde reina la palma de cera, y lo inunda de majestuosidad.
Este camino privilegiado, que huele a ganado y a gama de verdes, es una analogía en dos sentidos: es un camino hacia uno mismo, un camino de sanación, de escucharse las emociones; es un camino de conexión con la naturaleza, con la madre Tierra, con la inmensidad, la tranquilidad y la paz. A la vez, las emociones de los caminantes saltan ante la cercanía de la inmensidad, podría pensarse en el ‘origen del mundo’, un momento que se comparte entre todos bajo la mirada del cerro guardián de Morrogacho.
Se pueden imaginar, con cada paso, los caminos de tiempos atrás que atravesaron estas montañas y que han comunicado el norte con el sur del país. También estimula a pensar en los arrieros con sus cargas, mulas y bueyes, y a conectar con los habitantes de los pueblos ancestrales que dejaron sus huellas en las piedras y en sus entierros en el territorio. Muchas historias para contar desde estas montañas coronadas de niebla, que con sus aves, naturaleza y fuentes hídricas invitan a conectar y a interrelacionarse los unos con los otros. Un paisaje que abre la conversación y el intercambio de realidades desde lo más genuino de los visitantes.



