Buenavista

Hace algún tiempo, la hoy llamada cordillera Central fue conocida como la cordillera del Quindío. Este recorrido es un reconocimiento a otros espacios y rostros de este territorio. En estos pueblos cordilleranos resuenan suavemente las historias en los rostros de sus pobladores, en los niños y niñas que juegan en el parque central, en sus habitantes con canas asomados a las ventanas de madera, en sus tradicionales cafés y negocios, en su paisajes e iglesias.  Es una oportunidad única para escuchar estas voces que se relatan a ellos mismos, a sus familias y a sus propios pueblos de montaña.

El camino sigue las huellas de los quehaceres y de las formas de vida campesina que se encuentran en la arquitectura o en los objetos patrimonio de alguna familia. Esta es una invitación para ejercitar la percepción y la lectura de lo cotidiano, del hoy basado en los cimientos del ayer. El visitante se encuentra con la tradición y la cotidianidad en relación con la naturaleza. A su vez, como parte de las diferentes manifestaciones de la cultura, aparece la experiencia gastronómica donde el maíz, el frijol, el plátano en diferentes preparaciones acompañadas de panela, ‘forcha’ y café son los compañeros de la travesía.

En Buenavista, la ventana del Quindío, se puede ver cómo se funde la cordillera en el inmenso norte del Valle del Cauca, y cómo serpentea el río Barragán, una sensación de inmensidad que invita al silencio y a la contemplación. En este pueblo, donde se cruzaron en algún tiempo los caminos indígenas o las trochas de los arrieros, parece que se pudieran tomar las montañas con las manos. Hoy es tierra de cafés especiales y de tranquilidad y uno de los mejores lugares para escuchar el sonido de lo cotidiano, gracias a sus amables habitantes.

Siguiendo la ruta se encuentra Pijao, el pueblo donde el viento no tiene prisa. Todavía con casas de bahareque y un árbol donde llegan las garzas en el atardecer, está rodeado de montañas.  Una calma envuelve a este pueblo pintoresco de rincones resguardados que dan cuenta de su cultura cafetera y murales recientemente incorporados a su tranquila vida, que narran de múltiples formas la percepción de artistas jóvenes del hoy.  Sus calles guardan emblemas y rincones llenos de sorpresas, artesanos, cafés, viveros y más, testigos de su comunión con la naturaleza. Parece que la montaña, testigo mudo del lento paso del tiempo, abrazara su plaza central.

Descendiendo de la montaña encontramos a Córdoba, el remanso de guaduales, también considerada como la puerta de entrada al sur del Quindío.  Nació como refugio para pobladores que huían de la violencia de diferentes partes del país, quienes encontraron en este territorio del río Verde un remanso para la paz. La tradicional guadua en manos artesanas se transforma en objetos útiles y curiosos, planta que ya desde los primeros tiempos fue utilizada en la construcción de casas, utensilios y herramientas que hacen parte de la arquitectura tradicional de este territorio. No puede faltar la presencia del café en su parque central, fruto del esfuerzo de mujeres organizadas y trabajadoras que han hecho de esta iniciativa una insignia para el pueblo y un significativo aporte a la economía de sus familias y del pueblo donde se escucha el susurro de los guaduales.

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